El Domingo de Ramos nos invita a contemplar uno de los momentos más conmovedores del Evangelio: la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, montado en un humilde burrito, mientras la multitud lo aclama con palmas y vítores, gritando “¡Hosanna!”. Ese día, todos celebraban su llegada como Rey. Pero pocos días después, muchas de esas mismas voces que lo aclamaban se volverían en su contra.
Hoy, en pleno siglo XXI, esta escena nos interpela de manera directa. Vivimos en una sociedad donde todo es inmediato, donde los ídolos cambian con rapidez y el amor muchas veces es superficial. Somos testigos de cómo las personas son aclamadas hoy y olvidadas mañana. Jesús, con su humildad, nos muestra que el verdadero liderazgo no viene de la gloria pasajera, sino del servicio, la entrega y el amor incondicional.
El Domingo de Ramos nos recuerda que no basta con alabar a Jesús con los labios y agitar palmas un solo día. Lo importante es seguirlo con coherencia todos los días, especialmente cuando el camino se vuelve difícil, cuando llega la cruz, cuando el mundo ya no aplaude.
En este tiempo, donde a veces nos dejamos llevar por apariencias, por lo popular, por lo que brilla, Jesús nos propone otra lógica: la del amor silencioso, la del compromiso firme, la de la fidelidad sin condiciones. Nos pide que no seamos parte de la multitud que cambia de opinión según las circunstancias, sino discípulos verdaderos, capaces de mantenernos de pie junto a Él en el dolor, en la injusticia, en la verdad.
Que este Domingo de Ramos sea para nosotros un despertar. Una oportunidad para preguntarnos: ¿De qué lado estamos cuando el amor se pone a prueba? ¿A quién seguimos cuando la verdad incomoda? ¿Qué tipo de “palmas” ofrecemos: las que se marchitan con el tiempo o las que nacen del corazón?
La Pascua comienza con ramos en las manos, pero solo florece si hay fe en el alma.
Aurelio Espinoza Pantoja
Belén Radious.
